El 4 de agosto la Iglesia celebra a San Juan Bautista María
Vianney o Cura de Ars, por el nombre del pueblo en Francia donde sirvió por
muchos años.
Es el patrono de los párrocos y se le considera un gran
confesor, te
nía el don de profecía, recibía ataques físicos del demonio y vivió
entregado a la mortificación y la oración.
Este año se celebran los 201 años de su ordenación
sacerdotal que se realizó el 13 de agosto de 1815. Su gran amor por la
salvación de las almas lo llevaba a pasar muchas horas en el confesionario
donde arrebata varias almas al demonio.
Era desprendido de las cosas materiales, al punto que dormía
en el suelo de su cuarto porque regaló la cama. Comía papas y de vez en cuando
un huevo hervido. Solía decir que “el demonio no le teme tanto a la disciplina
y a las camisas de pelo; lo que realmente teme es a la reducción de comida,
bebida y sueño".
Una vez el demonio hizo temblar su casa por 15 minutos, en
otra ocasión quiso sacarlo de la Misa e incendió su cama, pero el santo mandó a
otras personas a apagar el fuego y él no dejó el altar. Por horas el enemigo
hacía ruidos para no dejar dormir al santo, y hasta le gritaba debajo de la
ventana: "Vianney, Vianney come papas".
Una de las secuelas de la revolución en Francia, fue la
ignorancia religiosa. Para remediar esta situación el Santo pasaba noches
enteras en la pequeña sacristía componiendo y memorizando sus sermones, pero al
no tener muy buena memoria, le costaba retener lo que escribía.
Instruía a los niños en el catecismo y luchó para que la
gente no trabajara o estuviera en las tabernas los domingos. En una de sus
homilías dijo que "la taberna es la tienda del demonio, el mercado donde
las almas se pierden, donde se rompe la armonía familiar”. Poco a poco logró
que la taberna se cierre y que gente se acercar a Dios.
Su popularidad fue creciendo y llegaban miles de personas al
pueblo de todas partes para confesarse con él. Más adelante se concedió al
pueblo el permiso de construir una Iglesia, lo que garantizaría la permanencia
del santo. Su tierno amor por la Virgen María llevó a que consagre su parroquia
a la Reina del Cielo.
A las 2 a.m. del sábado 4 de Agosto de 1859, el Santo cura
de Ars partió a la Casa del Padre. Fue canonizado en la fiesta de Pentecostés
de 1925 por el Papa Pío XI.
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