El Vaticano difundió este martes 12 de enero el texto del
mensaje del Papa Francisco con motivo de la próxima Jornada Mundial del Enfermo
que se celebrará el próximo 11 de febrero, en la memoria litúrgica de Nuestra
Señora de Lourdes. El lema de la Jornada es “Uno solo es vuestro Maestro, y
vosotros sois todos hermanos. La relación de confianza en la base del cuidado a
los enfermos”.
A continuación, el mensaje completo del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas:
La celebración de la 29.a Jornada Mundial del Enfermo, que
tendrá lugar el 11 de febrero de 2021, memoria de la Bienaventurada Virgen
María de Lourdes, es un momento propicio para brindar una atención especial a
las personas enfermas y a quienes cuidan de ellas, tanto en los lugares destinados
a su asistencia como en el seno de las familias y las comunidades.
Pienso, en particular, en quienes sufren en todo el mundo
los efectos de la pandemia del coronavirus. A todos, especialmente a los más
pobres y marginados, les expreso mi cercanía espiritual, al mismo tiempo que
les aseguro la solicitud y el afecto de la Iglesia.
1. El tema de esta Jornada se inspira en el pasaje
evangélico en el que Jesús critica la hipocresía de quienes dicen, pero no
hacen (cf. Mt 23,1-12). Cuando la fe se limita a ejercicios verbales estériles,
sin involucrarse en la historia y las necesidades del prójimo, la coherencia
entre el credo profesado y la vida real se debilita.
El riesgo es grave; por este motivo, Jesús usa expresiones
fuertes, para advertirnos del peligro de caer en la idolatría de nosotros
mismos, y afirma: «Uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos»
(v. 8).
La crítica que Jesús dirige a quienes «dicen, pero no hacen»
(v. 3) es beneficiosa, siempre y para todos, porque nadie es inmune al mal de
la hipocresía, un mal muy grave, cuyo efecto es impedirnos florecer como hijos
del único Padre, llamados a vivir una fraternidad universal.
Ante la condición de necesidad de un hermano o una hermana,
Jesús nos muestra un modelo de comportamiento totalmente opuesto a la
hipocresía. Propone detenerse, escuchar, establecer una relación directa y
personal con el otro, sentir empatía y conmoción por él o por ella, dejarse
involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo de él por medio del servicio
(cf. Lc 10,30-35).
2. La experiencia de la enfermedad hace que sintamos nuestra
propia vulnerabilidad y, al mismo tiempo, la necesidad innata del otro. Nuestra
condición de criaturas se vuelve aún más nítida y experimentamos de modo
evidente nuestra dependencia de Dios.
Efectivamente, cuando estamos enfermos, la incertidumbre, el
temor y a veces la consternación, se apoderan de la mente y del corazón; nos
encontramos en una situación de impotencia, porque nuestra salud no depende de
nuestras capacidades o de que nos “angustiemos” (cf. Mt 6,27).
La enfermedad impone una pregunta por el sentido, que en la
fe se dirige a Dios; una pregunta que busca un nuevo significado y una nueva
dirección para la existencia, y que a veces puede ser que no encuentre una
respuesta inmediata. Nuestros mismos amigos y familiares no siempre pueden
ayudarnos en esta búsqueda trabajosa.
A este respecto, la figura bíblica de Job es emblemática. Su
mujer y sus amigos no son capaces de acompañarlo en su desventura, es más, lo
acusan aumentando en él la soledad y el desconcierto. Job cae en un estado de
abandono e incomprensión. Pero precisamente por medio de esta extrema
fragilidad, rechazando toda hipocresía y eligiendo el camino de la sinceridad
con Dios y con los demás, hace llegar su grito insistente a Dios, que al final
responde, abriéndole un nuevo horizonte.
Le confirma que su sufrimiento no es una condena o un
castigo, tampoco es un estado de lejanía de Dios o un signo de su indiferencia.
Así, del corazón herido y sanado de Job, brota esa conmovida declaración al
Señor, que resuena con energía: «Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han
visto mis ojos» (42,5).
3. La enfermedad siempre tiene un rostro, incluso más de
uno: tiene el rostro de cada enfermo y enferma, también de quienes se sienten
ignorados, excluidos, víctimas de injusticias sociales que niegan sus derechos
fundamentales (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 22). La pandemia actual ha sacado
a la luz numerosas insuficiencias de los sistemas sanitarios y carencias en la
atención de las personas enfermas. Los ancianos, los más débiles y vulnerables
no siempre tienen garantizado el acceso a los tratamientos, y no siempre es de
manera equitativa.
Esto depende de las
decisiones políticas, del modo de administrar los recursos y del compromiso de
quienes ocupan cargos de responsabilidad. Invertir recursos en el cuidado y la
atención a las personas enfermas es una prioridad vinculada a un principio: la
salud es un bien común primario.
Al mismo tiempo, la pandemia ha puesto también de relieve la
entrega y la generosidad de agentes sanitarios, voluntarios, trabajadores y
trabajadoras, sacerdotes, religiosos y religiosas que, con profesionalidad,
abnegación, sentido de responsabilidad y amor al prójimo han ayudado, cuidado,
consolado y servido a tantos enfermos y a sus familiares. Una multitud
silenciosa de hombres y mujeres que han decidido mirar esos rostros, haciéndose
cargo de las heridas de los pacientes, que sentían prójimos por el hecho de
pertenecer a la misma familia humana.
La cercanía, de hecho, es un bálsamo muy valioso, que brinda
apoyo y consuelo a quien sufre en la enfermedad. Como cristianos, vivimos la
projimidad como expresión del amor de Jesucristo, el buen Samaritano, que con
compasión se ha hecho cercano a todo ser humano, herido por el pecado. Unidos a
Él por la acción del Espíritu Santo, estamos llamados a ser misericordiosos
como el Padre y a amar, en particular, a los hermanos enfermos, débiles y que
sufren (cf. Jn 13,34-35). Y vivimos esta cercanía, no sólo de manera personal,
sino también de forma comunitaria: en efecto, el amor fraterno en Cristo genera
una comunidad capaz de sanar, que no abandona a nadie, que incluye y acoge
sobre todo a los más frágiles.
A este respecto, deseo recordar la importancia de la
solidaridad fraterna, que se expresa de modo concreto en el servicio y que
puede asumir formas muy diferentes, todas orientadas a sostener al prójimo.
«Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra
sociedad, de nuestro pueblo» (Homilía en La Habana, 20 septiembre 2015).
En este compromiso cada uno es capaz de «dejar de lado sus
búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más
frágiles. […] El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne,
siente su projimidad y hasta en algunos casos la “padece” y busca la promoción
del hermano. Por eso nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a
ideas, sino que se sirve a personas» (ibíd.).
4. Para que haya una buena terapia, es decisivo el aspecto
relacional, mediante el que se puede adoptar un enfoque holístico hacia la
persona enferma. Dar valor a este aspecto también ayuda a los médicos, los
enfermeros, los profesionales y los voluntarios a hacerse cargo de aquellos que
sufren para acompañarles en un camino de curación, gracias a una relación
interpersonal de confianza (cf. Nueva Carta de los agentes sanitarios [2016],
4).
Se trata, por lo tanto, de establecer un pacto entre los
necesitados de cuidados y quienes los cuidan; un pacto basado en la confianza y
el respeto mutuos, en la sinceridad, en la disponibilidad, para superar toda
barrera defensiva, poner en el centro la dignidad del enfermo, tutelar la
profesionalidad de los agentes sanitarios y mantener una buena relación con las
familias de los pacientes.
Precisamente esta relación con la persona enferma encuentra
una fuente inagotable de motivación y de fuerza en la caridad de Cristo, como
demuestra el testimonio milenario de hombres y mujeres que se han santificado
sirviendo a los enfermos. En efecto, del misterio de la muerte y resurrección
de Cristo brota el amor que puede dar un sentido pleno tanto a la condición del
paciente como a la de quien cuida de él.
El Evangelio lo testimonia muchas veces, mostrando que las
curaciones que hacía Jesús nunca son gestos mágicos, sino que siempre son fruto
de un encuentro, de una relación interpersonal, en la que al don de Dios que
ofrece Jesús le corresponde la fe de quien lo acoge, como resume la palabra que
Jesús repite a menudo: “Tu fe te ha salvado”.
5. Queridos hermanos y hermanas: El mandamiento del amor,
que Jesús dejó a sus discípulos, también encuentra una realización concreta en
la relación con los enfermos. Una sociedad es tanto más humana cuanto más sabe
cuidar a sus miembros frágiles y que más sufren, y sabe hacerlo con eficiencia
animada por el amor fraterno. Caminemos hacia esta meta, procurando que nadie
se quede solo, que nadie se sienta excluido ni abandonado.
Le encomiendo a María, Madre de misericordia y Salud de los
enfermos, todas las personas enfermas, los agentes sanitarios y quienes se
prodigan al lado de los que sufren. Que Ella, desde la Gruta de Lourdes y desde
los innumerables santuarios que se le han dedicado en todo el mundo, sostenga
nuestra fe y nuestra esperanza, y nos ayude a cuidarnos unos a otros con amor
fraterno. A todos y cada uno les imparto de corazón mi bendición.
Roma, San Juan de Letrán, 20 de diciembre de 2020, cuarto
domingo de Adviento.
FRANCISCO