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PADRE FREDY MÉNDEZ

Padre Fredy Méndez.

jueves, 24 de febrero de 2022

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2022

POR ACI PRENSA


El Vaticano publicó este 24 de febrero el Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2022 con el tema: “No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos”.

En su mensaje, el Santo Padre recuerda que la Cuaresma es “un tiempo favorable para la renovación personal y comunitaria que nos conduce hacia la Pascua de Jesucristo muerto y resucitado” y animó a reflexionar sobre el tema del Mensaje que se basa en una exhortación de San Pablo a los Gálatas.

No nos cansemos de orar. Jesús nos ha enseñado que es necesario ‘orar siempre sin desanimarse’ (Lc 18,1). Necesitamos orar porque necesitamos a Dios. Pensar que nos bastamos a nosotros mismos es una ilusión peligrosa. Con la pandemia hemos palpado nuestra fragilidad personal y social. Que la Cuaresma nos permita ahora experimentar el consuelo de la fe en Dios, sin el cual no podemos tener estabilidad (cf. Is 7,9). Nadie se salva solo, porque estamos todos en la misma barca en medio de las tempestades de la historia; pero, sobre todo, nadie se salva sin Dios, porque solo el misterio pascual de Jesucristo nos concede vencer las oscuras aguas de la muerte”, advirtió el Papa.

A continuación, el Mensaje completo del Papa Francisco:

«No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a)

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un tiempo favorable para la renovación personal y comunitaria que nos conduce hacia la Pascua de Jesucristo muerto y resucitado. Para nuestro camino cuaresmal de 2022 nos hará bien reflexionar sobre la exhortación de san Pablo a los gálatas: «No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad (kairós), hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a).

1. Siembra y cosecha

En este pasaje el Apóstol evoca la imagen de la siembra y la cosecha, que a Jesús tanto le gustaba (cf. Mt 13). San Pablo nos habla de un kairós, un tiempo propicio para sembrar el bien con vistas a la cosecha. ¿Qué es para nosotros este tiempo favorable? Ciertamente, la Cuaresma es un tiempo favorable, pero también lo es toda nuestra existencia terrena, de la cual la Cuaresma es de alguna manera una imagen.[1] Con demasiada frecuencia prevalecen en nuestra vida la avidez y la soberbia, el deseo de tener, de acumular y de consumir, como muestra la parábola evangélica del hombre necio, que consideraba que su vida era segura y feliz porque había acumulado una gran cosecha en sus graneros (cf. Lc 12,16-21). La Cuaresma nos invita a la conversión, a cambiar de mentalidad, para que la verdad y la belleza de nuestra vida no radiquen tanto en el poseer cuanto en el dar, no estén tanto en el acumular cuanto en sembrar el bien y compartir.

El primer agricultor es Dios mismo, que generosamente «sigue derramando en la humanidad semillas de bien» (Carta enc. Fratelli tutti, 54). Durante la Cuaresma estamos llamados a responder al don de Dios acogiendo su Palabra «viva y eficaz» (Hb 4,12). La escucha asidua de la Palabra de Dios nos hace madurar una docilidad que nos dispone a acoger su obra en nosotros (cf. St 1,21), que hace fecunda nuestra vida. Si esto ya es un motivo de alegría, aún más grande es la llamada a ser «colaboradores de Dios» (1 Co 3,9), utilizando bien el tiempo presente (cf. Ef 5,16) para sembrar también nosotros obrando el bien. Esta llamada a sembrar el bien no tenemos que verla como un peso, sino como una gracia con la que el Creador quiere que estemos activamente unidos a su magnanimidad fecunda.

¿Y la cosecha? ¿Acaso la siembra no se hace toda con vistas a la cosecha? Claro que sí. El vínculo estrecho entre la siembra y la cosecha lo corrobora el propio san Pablo cuando afirma: «A sembrador mezquino, cosecha mezquina; a sembrador generoso, cosecha generosa» (2 Co 9,6). Pero, ¿de qué cosecha se trata? Un primer fruto del bien que sembramos lo tenemos en nosotros mismos y en nuestras relaciones cotidianas, incluso en los más pequeños gestos de bondad. En Dios no se pierde ningún acto de amor, por más pequeño que sea, no se pierde ningún «cansancio generoso» (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 279). Al igual que el árbol se conoce por sus frutos (cf. Mt 7,16.20), una vida llena de obras buenas es luminosa (cf. Mt 5,14-16) y lleva el perfume de Cristo al mundo (cf. 2 Co 2,15). Servir a Dios, liberados del pecado, hace madurar frutos de santificación para la salvación de todos (cf. Rm 6,22).

En realidad, sólo vemos una pequeña parte del fruto de lo que sembramos, ya que según el proverbio evangélico «uno siembra y otro cosecha» (Jn 4,37). Precisamente sembrando para el bien de los demás participamos en la magnanimidad de Dios: «Una gran nobleza es ser capaz de desatar procesos cuyos frutos serán recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas secretas del bien que se siembra» (Carta enc. Fratelli tutti, 196). Sembrar el bien para los demás nos libera de las estrechas lógicas del beneficio personal y da a nuestras acciones el amplio alcance de la gratuidad, introduciéndonos en el maravilloso horizonte de los benévolos designios de Dios.

La Palabra de Dios ensancha y eleva aún más nuestra mirada, nos anuncia que la siega más verdadera es la escatológica, la del último día, el día sin ocaso. El fruto completo de nuestra vida y nuestras acciones es el «fruto para la vida eterna» (Jn 4,36), que será nuestro «tesoro en el cielo» (Lc 18,22; cf. 12,33). El propio Jesús usa la imagen de la semilla que muere al caer en la tierra y que da fruto para expresar el misterio de su muerte y resurrección (cf. Jn 12,24); y san Pablo la retoma para hablar de la resurrección de nuestro cuerpo: «Se siembra lo corruptible y resucita incorruptible; se siembra lo deshonroso y resucita glorioso; se siembra lo débil y resucita lleno de fortaleza; en fin, se siembra un cuerpo material y resucita un cuerpo espiritual» (1 Co 15,42-44). Esta esperanza es la gran luz que Cristo resucitado trae al mundo: «Si lo que esperamos de Cristo se reduce sólo a esta vida, somos los más desdichados de todos los seres humanos. Lo cierto es que Cristo ha resucitado de entre los muertos como fruto primero de los que murieron» (1 Co 15,19-20), para que aquellos que están íntimamente unidos a Él en el amor, en una muerte como la suya (cf. Rm 6,5), estemos también unidos a su resurrección para la vida eterna (cf. Jn 5,29). «Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre» (Mt 13,43).

2. «No nos cansemos de hacer el bien»

La resurrección de Cristo anima las esperanzas terrenas con la «gran esperanza» de la vida eterna e introduce ya en el tiempo presente la semilla de la salvación (cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 3; 7). Frente a la amarga desilusión por tantos sueños rotos, frente a la preocupación por los retos que nos conciernen, frente al desaliento por la pobreza de nuestros medios, tenemos la tentación de encerrarnos en el propio egoísmo individualista y refugiarnos en la indiferencia ante el sufrimiento de los demás. Efectivamente, incluso los mejores recursos son limitados, «los jóvenes se cansan y se fatigan, los muchachos tropiezan y caen» (Is 40,30). Sin embargo, Dios «da fuerzas a quien está cansado, acrecienta el vigor del que está exhausto. [...] Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, vuelan como las águilas; corren y no se fatigan, caminan y no se cansan» (Is 40,29.31). La Cuaresma nos llama a poner nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor (cf. 1 P 1,21), porque sólo con los ojos fijos en Cristo resucitado (cf. Hb 12,2) podemos acoger la exhortación del Apóstol: «No nos cansemos de hacer el bien» (Ga 6,9).

No nos cansemos de orar. Jesús nos ha enseñado que es necesario «orar siempre sin desanimarse» (Lc 18,1). Necesitamos orar porque necesitamos a Dios. Pensar que nos bastamos a nosotros mismos es una ilusión peligrosa. Con la pandemia hemos palpado nuestra fragilidad personal y social. Que la Cuaresma nos permita ahora experimentar el consuelo de la fe en Dios, sin el cual no podemos tener estabilidad (cf. Is 7,9). Nadie se salva solo, porque estamos todos en la misma barca en medio de las tempestades de la historia;[2] pero, sobre todo, nadie se salva sin Dios, porque solo el misterio pascual de Jesucristo nos concede vencer las oscuras aguas de la muerte. La fe no nos exime de las tribulaciones de la vida, pero nos permite atravesarlas unidos a Dios en Cristo, con la gran esperanza que no defrauda y cuya prenda es el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo (cf. Rm 5,1-5).

No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. Que el ayuno corporal que la Iglesia nos pide en Cuaresma fortalezca nuestro espíritu para la lucha contra el pecado. No nos cansemos de pedir perdón en el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, sabiendo que Dios nunca se cansa de perdonar.[3] No nos cansemos de luchar contra la concupiscencia, esa fragilidad que nos impulsa hacia el egoísmo y a toda clase de mal, y que a lo largo de los siglos ha encontrado modos distintos para hundir al hombre en el pecado (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 166). Uno de estos modos es el riesgo de dependencia de los medios de comunicación digitales, que empobrece las relaciones humanas. La Cuaresma es un tiempo propicio para contrarrestar estas insidias y cultivar, en cambio, una comunicación humana más integral (cf. ibíd., 43) hecha de «encuentros reales» (ibíd., 50), cara a caea.

No nos cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo. Durante esta Cuaresma practiquemos la limosna, dando con alegría (cf. 2 Co 9,7). Dios, «quien provee semilla al sembrador y pan para comer» (2 Co 9,10), nos proporciona a cada uno no solo lo que necesitamos para subsistir, sino también para que podamos ser generosos en el hacer el bien a los demás. Si es verdad que toda nuestra vida es un tiempo para sembrar el bien, aprovechemos especialmente esta Cuaresma para cuidar a quienes tenemos cerca, para hacernos prójimos de aquellos hermanos y hermanas que están heridos en el camino de la vida (cf. Lc 10,25-37). La Cuaresma es un tiempo propicio para buscar —y no evitar— a quien está necesitado; para llamar —y no ignorar— a quien desea ser escuchado y recibir una buena palabra; para visitar —y no abandonar— a quien sufre la soledad. Pongamos en práctica el llamado a hacer el bien a todos, tomándonos tiempo para amar a los más pequeños e indefensos, a los abandonados y despreciados, a quienes son discriminados y marginados (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 193).

3. «Si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos»

La Cuaresma nos recuerda cada año que «el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día» (ibíd., 11). Por tanto, pidamos a Dios la paciente constancia del agricultor (cf. St 5,7) para no desistir en hacer el bien, un paso tras otro. Quien caiga tienda la mano al Padre, que siempre nos vuelve a levantar. Quien se encuentre perdido, engañado por las seducciones del maligno, que no tarde en volver a Él, que «es rico en perdón» (Is 55,7). En este tiempo de conversión, apoyándonos en la gracia de Dios y en la comunión de la Iglesia, no nos cansemos de sembrar el bien. El ayuno prepara el terreno, la oración riega, la caridad fecunda. Tenemos la certeza en la fe de que «si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos» y de que, con el don de la perseverancia, alcanzaremos los bienes prometidos (cf. Hb 10,36) para nuestra salvación y la de los demás (cf. 1 Tm 4,16). Practicando el amor fraterno con todos nos unimos a Cristo, que dio su vida por nosotros (cf. 2 Co 5,14-15), y empezamos a saborear la alegría del Reino de los cielos, cuando Dios será «todo en todos» (1 Co 15,28).

Que la Virgen María, en cuyo seno brotó el Salvador y que «conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19) nos obtenga el don de la paciencia y permanezca a nuestro lado con su presencia maternal, para que este tiempo de conversión dé frutos de salvación eterna.

martes, 22 de febrero de 2022

Hoy se celebra la Cátedra de San Pedro, que evoca la unidad de los cristianos en torno al Papa


Cada 22 de febrero, la Iglesia celebra la fiesta de la Cátedra de San Pedro (Cathedra Petri), celebración que se remonta al siglo IV de la era cristiana, cuyo sentido es honrar el primado y autoridad del Apóstol Pedro, el primer Papa, y sus sucesores a lo largo de los siglos.

Esta celebración recuerda la potestad conferida por Cristo a quien es “cabeza de la Iglesia”, tal como consta en los Evangelios: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella" (Cfr. Mt 16, 18-19).

La ‘cátedra’ o ‘sede’

La palabra ‘cátedra’ significa ‘asiento’ o ‘trono’; proviene del latín ‘cathedra’, que es, a su vez, un préstamo del griego. En español otros vocablos se derivan de ella, como por ejemplo ‘catedral’.

El término ‘catedral’ designa a la iglesia o templo donde un obispo tiene un ‘trono' desde el cual gobierna y predica. Sinónimo de ‘cátedra’ es también ‘sede’ (‘asiento’ o ‘sitial’); la ‘sede’ es el lugar simbólico desde donde un obispo gobierna su diócesis. Por ejemplo, llamamos “Santa Sede” a la ‘sede’ del “Obispo de Roma” -es decir, el Papa-.

Sin embargo, al lado del aspecto simbólico, permanece la connotación más literal del término. Hoy, la ‘cátedra’ o ‘sede’ como trono pontificio se conserva en la Basílica de San Pedro, en Roma. Esta sede fue donada por Carlos el Calvo, rey de Francia, al Papa Juan VIII en el siglo IX con motivo del viaje de su coronación, en épocas en las que el Papa cumplía con la función de ratificar el poder político.

En el caso de Carlos el Calvo, el Papa lo coronó emperador romano de Occidente. Este trono se conserva como reliquia, integrando una magnífica composición barroca, obra de Gian Lorenzo Bernini, quien la talló entre 1656 y 1665.

La obra de Bernini está enmarcada por cuatro pilastras. En el centro se sitúa el trono de madera, con incrustaciones de bronce dorado, decorada con relieves representando la “traditio clavum” o "entrega de llaves". El trono se apoya sobre cuatro estatuas de bronce, que representan a cuatro de los doctores de la Iglesia.

En primer plano, San Agustín y San Ambrosio, por la Iglesia latina; y San Atanasio y San Juan Crisóstomo, por la Iglesia oriental. Por encima del trono aparece un sol de alabastro decorado con estuco dorado rodeado de ángeles, que enmarca el célebre vitral en el que aparece la imagen de una paloma de 162 cm, símbolo del Espíritu Santo. Es la única vidriera coloreada de toda la Basílica de San Pedro.

La ‘cátedra’, símbolo de la doctrina

En síntesis, la sede o trono que se conserva como objeto físico es en realidad la expresión simbólica de la grandeza del poder espiritual de Dios en la tierra que cada sucesor de Pedro representa. Por último, ese poder espiritual representado por el Sumo Pontífice evoca la enseñanza de quienes han sido Cabezas de la Iglesia y Guías del Pueblo de Dios a través del sendero de la historia. “Cátedra” es por eso también sinónimo de “magisterio” o “enseñanza”. Cuando el Papa habla, enseña, conduce, consuela, aclara, guía al rebaño de Dios; y muestra a todos que la Iglesia continúa peregrinando hacia su destino final: el encuentro con su Creador.

La celebración en la Basílica de San Pedro

Todos los años en esta fecha (22 de febrero), el altar monumental que acoge la Cátedra de San Pedro en la Basílica permanece iluminado durante todo el día con multitud de velas, y se celebra la santa misa de manera continua, una tras otra, desde la mañana hasta el atardecer. La celebración concluye con la Misa del Capítulo de San Pedro.

San Pedro intercede por la Iglesia

Pidamos por interce
sión de San Pedro por el Papa Francisco y por los obispos, para que en todo permanezcan fieles al Evangelio y lo anuncien, libre de toda mancha, al mundo entero. Pidamos también por la unidad de la Iglesia que Cristo fundó.

viernes, 22 de octubre de 2021

Hoy es la fiesta de San Juan Pablo II, el grande

Hoy, 22 de octubre, la Iglesia Católica celebra la fiesta de San Juan Pablo II, el Papa peregrino, el Pontífice que viajó por el mundo entero llevando un mensaje de paz y reconciliación. Juan Pablo II, como heredero del Concilio Vaticano II, contribuyó enormemente a su asimilación, desarrollando un nutrido y sólido magisterio. Puestos los pies sobre el suelo firme de la tradición de la Iglesia y el Evangelio, supo proyectarse al futuro convocando a todos a ser parte de una “Nueva Evangelización”. Juan Pablo II fue también un defensor incansable de la vida y la familia en todos los frentes. Así lo testimonian sus palabras: “el matrimonio y la familia cristiana edifican la Iglesia. Los hijos son el fruto precioso del matrimonio".

Karol Jósef Wojtyla, más conocido como San Juan Pablo II, nació en Wadowice (Polonia) en 1920. Sus padres, católicos fervorosos, lo educaron en la calidez de la fe. Su juventud estuvo marcada por el ambiente desolador y trágico causado por la Segunda Guerra Mundial y la invasión nazi a Polonia. Aun así, pudo ingresar al seminario y seguir su formación de manera clandestina. Fue ordenado sacerdote en 1946 y en 1958 se convirtió en obispo auxiliar en la arquidiócesis de Cracovia. Al ser ordenado obispo, Karol escogió como lema oficial la expresión latina “Totus Tuus” (todo tuyo) en honor a María Santísima, y que mantuvo durante su pontificado.

Wojtyła participó activamente en las sesiones del Concilio Vaticano II (1962-1965). Fue importante su colaboración en la elaboración de las constituciones dogmáticas “Gaudium et Spes” y “Lumen Gentium”. En 1964 sería nombrado Arzobispo Metropolitano de Cracovia y posteriormente, el 29 de mayo de 1967, creado cardenal por el ahora Papa San Pablo VI, convirtiéndose en el segundo más joven de aquella época, con solo 47 años de edad. Su labor como arzobispo se caracterizó por la promoción de la pastoral para los sordomudos y ciegos, creó además el “Instituto de familia” y el programa “S.O.S. Cardenal Wojtyla” para ayudar a madres solteras en peligro de abortar.

A la muerte de Juan Pablo I en 1978, Wojtyla es elegido Sumo Pontífice, adoptando el nombre de “Juan Pablo II”, en honor a su predecesor. Realizó 104 viajes apostólicos fuera de Italia y 146 al interior de ese país. Su pontificado fue el segundo más largo de la historia: 26 años, 5 meses y 18 días (9,666 días en total), de 1978 a 2005. A Juan Pablo II se le reconoce como uno de los artífices de la caída de los regímenes comunistas totalitarios de la Europa Oriental de la segunda mitad del s. XX. Ejerció, en ese sentido, un liderazgo decisivo en la consecución de la paz mundial y la liberación de los pueblos de las ideologías. También fue un crítico de los excesos del sistema capitalista y un defensor de la clase trabajadora.

Lamentablemente, el Papa Juan Pablo II fue víctima de la violencia: sufrió un atentado contra su vida el 13 de mayo de 1981 (día de la Virgen de Fátima), del que salió muy mal herido aunque logró sobrevivir providencialmente. Dio un gran ejemplo al mundo cuando, ya recuperado, visitó en la cárcel al hombre que le disparó, el ciudadano turco Mehmet Ali Ağca, concediéndole el perdón.

San Juan Pablo II siempre estuvo preocupado por los jóvenes. Fue él quien impulsó las “Jornadas Mundiales de la Juventud'', con las que congregó a millones de ellos, provenientes de todas partes del mundo. También fue el inspirador y promotor de los “Encuentros Mundiales de las Familias''.

El Papa peregrino partió a la Casa del Padre el 2 de abril de 2005, a los 84 años de edad. Fue beatificado por el Papa Benedicto XVI en 2011 y canonizado en abril de 2014 por el Papa Francisco. En la homilía de la ceremonia de canonización, Francisco señaló lo siguiente: “San Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia”.

Para mayor información, visite la sección especial de San Juan Pablo II.

miércoles, 4 de agosto de 2021

SOY EL PAN DE VIDA-MCM ARCANGEL

  


Les presentamos el nuevo material discográfico del MCM Arcángel de la comunidad San Miguel Arcángel, San Miguelito, Parroquia Santa Eulalia Virgen y Mártir, la reciente producción del ministerio contiene cantos inspirados en q´anjob´al y castellano, con un mensaje de motivación a la evangelización.

Uno de los ministerio que tiene trayectoria en nuestra parroquia, ahora con una renovación de integrantes mezclando la experiencia con la juventud, presentan la más reciente producción. 

Pueden solicitar los cantos en las distintas programaciones de Radio Santa Eulalia, comunicándose a través de los números de teléfonos 7765-9845 y 4870-5983

miércoles, 21 de julio de 2021

B´IT B´AY IX KO TXUTX MALIN MCM SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS



 Les presentamos el nuevo material discográfico del MCM Sagrado Corazón de Jesús de la comunidad Santa Catalina de Siena, Temux Chiquito, Parroquia Santa Eulalia Virgen y Mártir, contiene cantos inspirados en q´anjob´al como dedicatoria a nuestra madre la Virgen María.

Durante la trayectoria del Ministerio llevan grabados dos volúmenes, para seguir evangelizando a través de la música nos comparten estos cantos en el idioma q´anjob´al. 

Pueden solicitar los cantos en las distintas programaciones de Radio Santa Eulalia, comunicándose a través de los números de teléfonos 7765-9845 y 4870-5983

 

viernes, 16 de abril de 2021

Guatemala estará de fiesta: tendrá diez nuevos beatos

Se trata de los mártires de Quiché, entre los que se encuentra un niño de apenas doce años de edad

Poco a poco, según transcurren los años de relativa estabilidad política y ausencia de conflictos armados internos, en Guatemala –como en el vecino país de El Salvador—se va reconociendo la sangre del martirio, semilla de nuevos cristianos, según el célebre dicho de Tertuliano allá por el año 197.

El próximo 23 de abril, la Guatemala católica contará con diez nuevos beatos. Se trata de los llamados “mártires de Quiché”, siete laicos y tres sacerdotes, entre ellos un niño de apenas doce años de edad, asesinados, como lo reconoce el decreto autorizado por el Papa Francisco el 23 de enero de 2020, por odio a la fe entre 1980 y 1991.

En su mensaje con motivo de la Beatificación del Padre José María Gran y nueve compañeros Mártires de la Diócesis de Quiché, la Conferencia Episcopal de Guatemala (CEG) proponen a estos católicos martirizados “como un ejemplo a seguir para todos los que creemos en el Señor”.

Citando un mensaje de sus homólogos de El Salvador, los prelados guatemaltecos señalaron que el martirio es “el mayor testimonio de fe porque reproduce fielmente a Cristo, dando su vida para que otros tengan vida en abundancia”, al tiempo que agradecieron el don de la vida de los mártires de Quiché “y el ejemplo de su fidelidad”.

¿Quiénes fueron?

Los tres sacerdotes que será beatificado eran nacidos en España y formaban parte de los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús:

–El padre José María Gran Cirera fue enviado a Guatemala en 1975, donde trabajó con los pobres y los indígenas. Fue asesinado el 4 de junio de 1980 junto con el sacristán y catequista Domingo del Barrio Batz cuando regresaban de una visita pastoral a unos pueblos.

–El padre Faustino Villanueva Villanueva fue enviado en 1959 a Guatemala, donde desempeñó responsabilidades pastorales en varias parroquias de la diócesis de Quiché. Fue asesinado el 10 de julio de 1980.

El padre Juan Alonso Fernández fue enviado a Guatemala en 1960, el mismo año de su ordenación. De 1963 a 1965 fue misionero en Indonesia. A su regreso a Guatemala, fundó la parroquia de Santa María Regina en Lancetillo. Fue torturado y asesinado el 15 de febrero de 1981.

Los siete laicos son: Domingo del Barrio Batz, casado (asesinado junto al padre Cirera); Juan Barrera Méndez, de doce años, miembro de la Acción Católica; Tomás Ramírez Caba, casado, sacristán; Nicolás Castro, catequista y ministro extraordinario de la Comunión; Reyes Us Hernández, casado, dedicado a actividades pastorales; Rosalío Benito, catequista y agente de pastoral; Miguel Tiu Imul, casado, director de Acción Católica y catequista.

¿Qué significan para Guatemala?

Cuatro mártires pertenecientes a las diócesis de Sololá, Chimaltenango, Huehuetenango y al Vicariato Apostólico de Izabal desde 2017 a la fecha han sido ya beatificados. Ahora es la diócesis de Quiché la que le regala a estos mártires cuya vida, dicen los obispos de la CEG, “se caracterizó por sus obras”.

“Su convencimiento que el cristiano no puede desentenderse de la realidad en que vive ni mucho menos encerrarse en un individualismo egoísta cerrado a las grandes necesidades de sus pueblos y comunidades en aquel momento histórico en el que vivían les ayudaba a entender la vida como un tiempo de gracia que los impulsaba a vivir en una tensión continua hacia la eternidad sin dejar de tener los pies en la tierra”, continuaron diciendo en su mensaje los prelados guatemaltecos.

El significado del martirio llena la mirada de la Iglesia que peregrina en Guatemala “de admiración y afecto”. Los obispos, a nombre del pueblo fiel de esta nación centroamericana, aprecian en los nuevos beatos “su testimonio de amor y fidelidad” y reconocen en ellos “el don maravilloso que el Señor les concedió para servir al Evangelio con todas sus fuerzas, con toda su alma, con sus luchas, con su trabajo, con toda su sabiduría, hasta derramar su sangre.”

Los obispos guatemaltecos terminan su mensaje diciendo: “Esta beatificación nos permite reconocer que el martirio ha sido y es una gracia concedida a nuestra Iglesia. Gracia que nos compromete, nos fortalece y nos inspira para afianzar la construcción del Reino de Dios en nuestros Pueblos”.

 

lunes, 12 de abril de 2021

Guatemala Mártires de Quiché: “Valiente denuncia de un sistema de muerte”

 A 15 días de la beatificación de los tres presbíteros españoles y siete compañeros laicos guatemaltecos asesinados por odio a la fe, entre 1980 y 1991, Monseñor Bianchetti dirige un mensaje a las comunidades de la diócesis, “memoria viva” de los mártires.


Alina Tufani – Ciudad del Vaticano

“A lo largo de los años las comunidades de nuestra diócesis han mantenido viva la memoria de quienes han entregado su vida después de haber seguido a Jesús en la misión de hacer que el Reino de Dios se hiciera presente en sus comunidades”. Con estas palabras inicia la carta de monseñor Rosolino Bianchetti Boffelli, Obispo de Quiché, a pocos días de la beatificación, el 23 de abril, de los llamados “Mártires de Quiché”.

El 23 de enero de 2020, el Papa Francisco autorizó la publicación de los decretos de reconocimiento del martirio de 3 sacerdotes y 7 laicos, entre ellos un niño de 12 años, asesinados por odio a la fe entre 1980 y 1991. Se trata de los presbíteros José María Gran Cirera, Faustino Villanueva, Juan Fernández, misioneros españoles de la congregación del Sagrado Corazón de Jesús, y de Juanito, Rosalío, Miguel, Reyes, Tomás, Nicolás y Domingo, siete compañeros laicos guatemaltecos, todos asesinados en El Quiché, en el marco de un régimen militar y un conflicto armado que inició en los años 60’ y concluyó en 1996 con los acuerdos de paz.

En su carta, publicada por la red de Radios católicas de Quiche, monseñor Bianchetti  reitera que se trata de una “memoria latente y más viva que nunca”, gracias a la cual se pudo reconstruir la entrega hasta la muerte de esos mártires, con el testimonio de fieles que no solo pudieron convivir y trabajar “codo a codo” con ellos, sino dar un conocimiento más profundo acerca de sus vidas de fe y de cómo, en medio de una situación muy difícil, pudieron decir sí al Señor.

“Este material ampliado con otras declaraciones fue entregado a Roma en la Congregación de la Causa de los Santos en el mes de marzo de 2013. Toda esta información que salió de las comunidades en donde trabajaron los tres sacerdotes y los siete laicos, sirvió como base para que hoy nuestra Iglesia, por medio del Papa Francisco, los reconozca como mártires”, escribe mons. Bianchetti.

El obispo de Quiché, habla del reconocimiento del martirio por la Santa Sede, como una noticia que llena de esperanza a la Iglesia que camina en Quiché, “tierra regada con la sangre” de sus mártires.

“Su vida se caracterizó por las obras como promotores de la justicia, de la paz y de una vida que estuviera de acuerdo al proyecto de Dios, nuestro Padre; impulsados por el amor a la verdad, la justicia, la libertad y por los pobres y excluidos”, explica. Todo ello, explica, desde sus propias comunidades en las que quisieron construir una vida más digna, en ese momento disminuida por las injusticias, la codicia y la discriminación.

“Hasta el día de su martirio trataron de abrir espacios para ofrecer a todos una alternativa de vida frente a políticas gubernamentales de muerte expresadas mediante la represión, los secuestros y las masacres”, afirma el prelado.

Monseñor Bianchetti recuerda que los mártires se pusieron al servicio del Reino de Dios en medio de una “persecución declarada a la Iglesia”, sin que se  “echaran para atrás”, a pesar de las amenazas de muerte.

“Nuestros mártires fueron hombres fieles a su vocación cristiana en las circunstancias históricas en las que les tocó vivir, se fueron santificando viviendo en el mundo sin ser esclavos de la mentira, las injusticias y la deshumanización” enfatiza el obispo. Y más adelante agrega: “Soñaron y se empeñaron para construir una Guatemala distinta, fundada sobre los cimientos de la verdad, la justicia y el amor fraterno”

Al sostener que los Mártires de Quiché dieron sus vidas para que se mantenga viva en las comunidades  “la esperanza y el compromiso que nos ha dejado el Señor Jesús, el obispo llama a los fieles guatemaltecos a “fijar su corazón en el testimonio de nuestros mártires”  y al mismo tiempo continuar “la tarea que ellos marcaron con su propia sangre”.

"COMO LOS MÁRTIRES" Himno oficial para la Beatificación en nuestra Diócesis, a celebrarse el 23 de abril de 2021, en la Ciudad de Santa Cruz del Quiché.